Después de esto vi que Satanás consultaba con sus ángeles para considerar cuánto habían ganado. Era cierto que por medio del temor a la muerte habían logrado que algunas almas tímidas no abrazaran la verdad; pero muchos, que aunque tímidos la abrazaron, vieron al punto desvanecidos sus temores. Al presenciar la muerte de sus hermanos y contemplar su firmeza y paciencia, comprendieron que Dios y los ángeles les ayudaban a soportar tantos sufrimientos. Así se volvían valerosos y resueltos; y cuando a su vez les tocaba dar la vida, mantenían su fe con tal paciencia y firmeza que hacían temblar aun a sus propios verdugos. Satanás y sus ángeles decidieron que había otro medio aún más eficaz para que las almas se perdieran, y que daría mejores resultados. Aunque a los cristianos se les infligían sufrimientos, su firmeza y la brillante esperanza que los animaba fortalecían al débil y le habilitaban para arrostrar impávido el tormento y la hoguera. Imitaban el noble proceder de Cristo ante sus verdugos, y por su constancia y la gloria de Dios que los circuía, convencían a muchos otros de la verdad.
Por lo tanto Satanás resolvió valerse de un procedimiento más suave. Ya había corrompido las doctrinas de la Biblia, e iban arraigándose profundamente las tradiciones que habían de perder a millones de personas. Refrenando su odio, resolvió no excitar a sus vasallos a tan acerba persecución, sino inducir a la iglesia a que disputara sobre varias tradiciones, en vez de la fe entregada una vez a los santos. En cuanto logró Satanás que la iglesia aceptase favores y honores del mundo so pretexto de recibir beneficios, principió a perder ella el favor de Dios. Se fué debilitando en poder al rehuir declarar las auténticas verdades que eliminaban a los amadores del placer y a los amigos del mundo.
La iglesia no es ahora el apartado y peculiar pueblo que era cuando los fuegos de la persecución estaban encendidos contra ella. ¡Cuán empañado está el oro! ¡Cuán transmutado el oro fino! Vi que si la iglesia hubiese conservado siempre su carácter peculiar y santo, todavía permanecería en ella el poder del Espíritu Santo que recibieron los discípulos. Sanarían los enfermos, los demonios serían reprobados y echados, y la iglesia sería potente, y un terror para sus enemigos.
Vi una numerosa compañía que profesaba el nombre de Cristo, pero Dios no la reconocía como suya. No se complacía en ella. Satanás asumía carácter religioso y estaba dispuesto a que la gente se creyese cristiana; y hasta estaba también ansioso de que creyeran en Jesús, en su crucifixión y resurrección. Satanás y sus ángeles creen todo esto ellos mismos y tiemblan. Pero si la fe del cristiano no le mueve a buenas obras ni induce a quienes la profesan a imitar la abnegación de Cristo, Satanás no se conturba, porque como entonces los cristianos lo son sólo de nombre y sus corazones continúan siendo carnales, él puede emplearlos en su servicio mucho mejor que si no profesaran ser cristianos. Ocultando su deformidad bajo el nombre de cristianos, pasan por la vida con sus profanos temperamentos y sus indómitas pasiones. Esto da motivo a que los incrédulos achaquen a Cristo las imperfecciones de los llamados cristianos, y desacrediten a los de pura e inmaculada religión.
Los ministros ajustan sus sermones al gusto de los cristianos mundanos. No se atreven a predicar a Jesús ni las penetrantes verdades de la Biblia, porque si lo hiciesen, estos cristianos mundanos no quedarían en las iglesias. Sin embargo, como la mayor parte de ellos son gente rica, los ministros procuran retenerlos, aunque no sean más merecedores de estar en la iglesia que Satanás y sus ángeles. Esto es precisamente lo que Satanás quería. Hace aparecer la religión de Jesús como popular y honrosa a los ojos de los mundanos. Dice a la gente que quienes profesan la religión recibirán más honores del mundo. Estas enseñanzas difieren notablemente de las de Cristo. La doctrina de él y el mundo no pueden convivir en paz. Quienes siguen a Cristo han de renunciar al mundo. Las enseñanzas halagadoras provienen de Satanás y sus ángeles. Ellos trazaron el plan, y los cristianos nominales lo llevaron a cabo. Enseñaron fábulas agradables que las gentes creyeron fácilmente, y se agregaron a la iglesia pecadores hipócritas y descarados. Si la verdad hubiese sido predicada en su pureza, pronto habría eliminado a esa clase. Pero no hubo diferencia entre los que profesaban servir a Cristo y los mundanos. Vi que si la falsa cubierta hubiese sido arrancada de sobre los miembros de las iglesias, habría revelado tanta iniquidad, vileza y corrupción que el más tibio hijo de Dios no habría vacilado en llamar a esos profesos cristianos por su verdadero nombre: hijos de su padre, el diablo, cuyas obras hacían.
Jesús y toda la hueste celestial miró con desagrado la escena; sin embargo Dios tenía para la iglesia un mensaje que era sagrado e importante. Si se lo recibía, produciría una reforma cabal en la iglesia, haciendo revivir el testimonio vivo que eliminaría a los hipócritas y pecadores, y devolvería a la iglesia el favor de Dios.